Los
símbolos, las masas y el poder
LA
HABANA.— Hubo tiempos en que para no perecer torturado o incinerado había que
jurar ante la cruz ser ferviente católico, apostólico y romano; ni siquiera se
perdonaba a los cristianos ortodoxos, y mucho menos a los cristianos que,
decididos a reformar una iglesia ajena a los intereses populares, habían sido
catalogados como protestantes.
¿Y
que podían esperar aquellos que negaban a Cristo y continuaban esperando al
salvador anunciado en las viejas escrituras? Esos eran simplemente judíos, que
cargarían por siempre el pecado de haber muerto al Nazareno, y cuyo apelativo
se utilizaba incluso para atemorizar a los niños.
De
manera que la cruz sirvió para depurar y para conquistar, como para conquistar
sirvió también la media luna, puesta al viento en banderas y torreones por
quienes tuvieron su propio profeta. Por ser humanos sus seguidores se
multiplicaron en diversas corrientes al punto de irse a la guerra entre ellos.


Con
el tiempo hubo la necesaria evolución; hoy en día la iglesia católica, a pesar
de los esfuerzos del Papa Francisco, se encuentra sumida en una crisis de
descrédito por su corrupción financiera y moral. Los islamistas, al menos
muchos de ellos, se enfrentan entre sí o
se convierten en terroristas, y con ello cooperan con la causa judía que
convierte al Estado de Israel en todo un símbolo.



Tendrá
que llegar el momento en que los símbolos sean las ideas y el trabajo la
religión. Habrá entonces la gobernanza de aquellos cuyas ideas sean las más
útiles y sus capacidades las de un incansable realizador de las buenas ideas.
Tenemos
el derecho, y la esperanza, de que sea así.
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