Los
símbolos, las masas y el poder
LA
HABANA.— Hubo tiempos en que para no perecer torturado o incinerado había que
jurar ante la cruz ser ferviente católico, apostólico y romano; ni siquiera se
perdonaba a los cristianos ortodoxos, y mucho menos a los cristianos que,
decididos a reformar una iglesia ajena a los intereses populares, habían sido
catalogados como protestantes.
¿Y
que podían esperar aquellos que negaban a Cristo y continuaban esperando al
salvador anunciado en las viejas escrituras? Esos eran simplemente judíos, que
cargarían por siempre el pecado de haber muerto al Nazareno, y cuyo apelativo
se utilizaba incluso para atemorizar a los niños.
De
manera que la cruz sirvió para depurar y para conquistar, como para conquistar
sirvió también la media luna, puesta al viento en banderas y torreones por
quienes tuvieron su propio profeta. Por ser humanos sus seguidores se
multiplicaron en diversas corrientes al punto de irse a la guerra entre ellos.
Sin
dudas tras los símbolos de cristianos o mahometanos estaba el poder de quienes
conducían a las masas por el camino elegido, no por los profetas sino por los
que en sus nombres hacían lo necesario para permanecer en el estrato social más
alto.
Con
el tiempo hubo la necesaria evolución; hoy en día la iglesia católica, a pesar
de los esfuerzos del Papa Francisco, se encuentra sumida en una crisis de
descrédito por su corrupción financiera y moral. Los islamistas, al menos
muchos de ellos, se enfrentan entre sí o
se convierten en terroristas, y con ello cooperan con la causa judía que
convierte al Estado de Israel en todo un símbolo.
Las
religiones orientales sobreviven enquistadas, las africanas fenecen excepto
aquellas que su diáspora llevo a otras tierras donde sincretizadas de una forma
u otra han evolucionado y se multiplican en un mundo donde la miseria y las
penurias incentivan la religiosidad.
Mientras,
otros símbolos surgieron unidos o no a creencias religiosas. Aparecieron el Sol
Naciente en el Lejano Oriente, la Cruz Gamada nazi, el Haz del fascismo, El
Yugo con Flechas falangista, y hasta la Hoz y el Martillo de los proletarios se
convirtió en algo para lo cual no había sido creado.
Eran
símbolos que permitieron llevar naciones enteras a regímenes totalitarios o
autoritarios, al tiempo que otros símbolos invitaban a vivir en una democracia
que nunca ha podido cuajar completamente.
Tendrá
que llegar el momento en que los símbolos sean las ideas y el trabajo la
religión. Habrá entonces la gobernanza de aquellos cuyas ideas sean las más
útiles y sus capacidades las de un incansable realizador de las buenas ideas.
Tenemos
el derecho, y la esperanza, de que sea así.
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