La
historia de Gonzalo Guerrero,
el español que se volvió maya
Gonzalo
Guerrero fue un cristiano que se volvió maya, que abandonó toda forma de
pensamiento y vida con las que había crecido en España y adoptó las del pueblo
que lo acogió, que le dio hijos y una nueva vida. Esta es su historia.
Es,
sin dudas, uno de los héroes más importantes en la historia nacional y, sin
embargo, es un personaje relativamente poco conocido y sólo es recordado en la
península del país. Incluso llegó a ser conocido por los españoles como “el
renegado”, debido a que luchó junto al pueblo maya durante la conquista.
Guerrero
llegó a América en una expedición marítima con destino a la población conocida
como “La Española”, en Cuba. Días después de zarpar de Darién, en Panamá, la
embarcación naufragó cerca de la Península de Yucatán y 18 de los 20
sobrevivientes del naufragio fueron asesinados por los cocomes.
Únicamente
Gonzalo Guerrero y el fraile Jerónimo de Aguilar lograron escapar, pero al poco
tiempo, fueron tomados prisioneros por H’Kin Cutz, cacique de Xamancaan.
Mientras Jerónimo de Aguilar se mantuvo fiel a su cultura y religión, Guerrero
se adaptó hasta integrarse a la cultura maya. Participó en enfrentamientos con
los pueblos enemigos y se destacó entre ellos por su astucia y sus dotes
militares.
Cuando
vivía como esclavo, el moribundo jefe maya Taxmar lo reclamó, ya que tenía
buena fama de ser un gran estratega militar, y les enseñó nuevas formaciones de
ataque y defensa. Lo hizo ensayar cuadros de ataque y formaciones de defensa
que permitían hacer relevar a los soldados, generando en la guerra contra los
Cocomes una “falange macedonia”, dándole la victoria al ejército del jefe
Taxmar.
Poco
después, por su condición de esclavo, el jefe Na Cha Can lo regaló a su Nacom
Balam (jefe guerrero).
Un
día Nacom Balam cruzó un río y fue atacado por un caimán y, en vez de
aprovechar la oportunidad para escapar, Guerrero luchó contra el caimán y le
dio muerte. Al ver esto, Nacom Balam le otorgó la libertad.
Una
vez libre, Guerrero se dejó hacer los tatuajes y las perforaciones propias de
su rango militar. Siempre llevó sus guerras hasta la victoria, alcanzó el grado
de Nacom Balam y se casó con la princesa Zazil Ha.
A
la llegada de Cortés, éste le envió cartas para rescatarlo. Dispuso entonces
que los buscaran y que los rescataran para que se unieran a su expedición. Fue
así como Jerónimo de Aguilar, oriundo de Ecija, se enteró de la llegada de
Cortés y fue a otro pueblo en busca de Gonzalo Guerrero, para llevarle la grata
nueva. Menuda sorpresa debió de llevarse Aguilar, pues ante la noticia de que
naves españolas los esperaban en Cozumel, Guerrero respondió con estas
palabras, que han quedado grabadas en la historia y que llegan a nosotros
gracias a Bernal Díaz del Castillo, quien las relata en su Historia verdadera
de la conquista de Nueva España:
“Hermano
Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán
cuando hay guerras. Id vos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas
las orejas. ¿Qué dirán de mí cuando me vean esos españoles ir, de esta manera?
Y ya veis estos mis hijicos cuán bonicos son”.
La
mujer de Gonzalo Guerrero, Zazil Ha, no se quedó atrás e increpó así a
Jerónimo: “Mira con qué viene este esclavo a llamar a mi marido; íos vos y no
curéis de más pláticas”. Aguilar tornó a hablar a Gonzalo, que mirase que era
cristiano, que por una india no se perdiese el ánima, y si por mujer e hijos lo
hacía, que los llevase consigo si no los quería dejar. Y por más que le dijo y
amonestó, no quiso venir.
Finalmente
Jerónimo llegó ante Cortés, quien en un principio no lo reconoció: su piel era
morena por el fuerte sol peninsular, ya que trabajaba en las sementeras
cultivando, y estaba ataviado como indígena, además de que tenía cortado el
cabello como esclavo. Según Díaz del Castillo, hablaba mal el castellano, “mal
mascado y peor pronunciado”, pues había pasado ocho años entre los mayas y
había aprendido su idioma, en detrimento del castellano. Guardaba celosamente
un libro de Horas, pues era diácono.
Incorporado
a las huestes expedicionarias, Jerónimo de Aguilar desempeñó un relevante papel
como traductor en la empresa conquistadora. ¿Cómo ocurrió esto? Resulta que al
pasar Cortés por Tabasco, se le entregaron varias mujeres indígenas, entre
ellas Malintzin, que fue bautizada con el nombre de Marina.
De
ella dice Bernal Díaz que “era gran cacica e hija de grandes caciques y señora
de vasallos”. La Malinche, pues de ella se trata, hablaba el náhuatl y el maya.
Así que cuando meses más tarde las fuerzas españolas llegaron al altiplano, en
donde predominaba el idioma náhuatl, Cortés hablaba en español a Jerónimo de Aguilar,
éste a su vez se dirigía a la Malinche en maya y ella lo traducía al náhuatl.
Una
vez que Gonzalo Guerrero se negó a unirse a las huestes de Hernán Cortés, se
dedicó a advertir a su nuevo pueblo de los hombres que acababan de llegar. Les
contó sobre ellos y más adelante luchó contra las expediciones militares de
Cortés, Grijalva y Córdoba, entrenando a sus hombres para que no se fiaran de
un hombre blanco, ni temieran de las armas de fuego de los invasores ni de sus
caballos.
En
julio de 1531, el capitán Dávila partió con una fuerza hacia el sitio que hoy
es Chetumal, donde suponían que vivía Guerrero y existían minas de oro. Sin
embargo, encontró un lugar en abandono y, pese a que más adelante tomó a
algunos mayas prisioneros, lo engañaron diciéndole que Gonzalo Guerrero había
muerto de forma natural.
Dávila
remitió informes a Montejo en Campeche sobre el supuesto fallecimiento. En
realidad, Gonzalo Guerrero murió en 1536, cuando se enfrentaba a las tropas del
capitán Lorenzo de Godoy para ayudar, con cincuenta canoas, a Çiçumba,
gobernador de Ticamaya (Honduras), en el valle inferior del Río Ulúa.
Su
agonía no fue muy prolongada: una flecha de ballesta se clavó justo en su
ombligo y le atravesó hasta el costado. Luego, un disparo de arcabuz remató al
que fuera arcabucero. Sus hombres le sacaron del campo de batalla y le
escondieron detrás de unas palmeras.
Todos
sabían que había llegado su hora, así que ninguno intentó extraerle la flecha
por no aumentar su sufrimiento o acelerar su fin. Sólo pidió a sus más
allegados que cuidaran de sus hijos y, al resto de sus hombres, más de un millar,
que siguieran combatiendo. Pero el combate fue encarnizado. Tuvieron que
replegarse y el cadáver de Guerrero quedó en campo enemigo. Algunos españoles
afirmaron luego haberlo visto “tatuado y vestido como un indio, pero barbado
como un cristiano”. Durante la noche, algunos de sus hombres rescataron su
cuerpo y como postrero homenaje, lo lanzaron al río Ulúa, para que la corriente
le llevara hasta el Océano de donde vino.
Hoy,
Gonzalo Guerrero es considerado como el “padre del mestizaje”, y una estatua en
su honor se levanta, paradójicamente, en el Paseo Montejo en Mérida. (matadornetwork).
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