miércoles, 13 de mayo de 2015

De visita en Miami

N. Mario Rizzo Martínez

LA HABANA.— Ir a Miami puede ser algo largamente deseado para muchas personas; para los cubanos en particular representa poder visitar y saludar a familiares y amigos separados por un estrecho que gracias a la política se ha convertido en océano.
La ciudad es bella y su playa resulta relativamente buena, el desarrollo de primer mundo es reconocible de inmediato por las excelencias de sus vías, el desarrollo del comercio, las numerosas y variadas ofertas gastronómicas, la eficiencia del correo postal y el sistema bancario, la calidad de los servicios que allí se prestan, y muchas cosas más.
Pero siendo cubano resulta visita obligada ir a la iglesia de la Caridad del Cobre, copia moderna del viejo santuario en Santiago de Cuba, que sin dejar de ser hermosa no puede emular con el original. Luego se impone ir a la Calle 8, con sus pequeños teatros, galerías de arte donde no sorprende encontrar obras de pintores de la isla, y el parque Máximo Gómez, donde desde hace más de 55 años juegan al dominó ancianos de ayer y de hoy que despotrican sobre todo lo que huela a la realidad de la añorada patria.

Seguramente, siendo cubano, le llevarán al restaurante Versalles, tal vez sólo a la cafetería, y entonces sufrirá el primer gran impacto pues unos carteles en la pared junto a cada mesa dicen casi textualmente: “Cubanos, si no van a consumir no ocupen las mesas”. No es actitud grosera del propietario, es una forma de defenderse de incómodos asistentes empecinados en convertir el lugar en plaza pública donde exponer sus opiniones, eso sí, sin consumir por no tener dinero o porque lo importante para ellos es lograr encontrar alguien que escuche sus “descargas”.
Pero si usted es cubano (en plan de visita) se sentirá incómodo, al menos hasta que algún coterráneo de vieja data en aquellos lares le explique la estratificación social vigente en la moderna ciudad que quiso ser la capital de Latinoamérica. Así sabrá que mexicanos indocumentados friegan autos, que haitianos llegados a La Florida de una forma u otra cortan la hierba, que los jóvenes centroamericanos tratan de establecer sus maras, que los cubanos menos afortunados hacen trabajos como la plomería, la construcción, y otros, mientras mantienen a aquellos viejos empeñados en seguir haciendo tertulias en parques y cafeterías.
La famosa Calle 8 de Miami.
A los cubanos de éxito seguramente no podrá verlos, están ocupados haciendo política o haciendo dinero, o ambas cosas a la vez. Se conformará con ver muchos artistas conocidos trabajando en modestos canales de habla hispana, en variados programas que alternan con novelas a granel motivadoras de numerosas crisis existenciales.
Alguno que otro ha logrado situarse en una cadena importante y a golpe de talento llegar incluso a papeles estelares, como un excelente conductor y entrevistador que llevó a su programa a un grupo de teatro cubano-colombiano recién premiado en Europa y Suramérica, pero quienes para poder presentar la misma en una Universidad de Miami lo habían hecho sólo cubriendo los gastos de viaje y hospedaje; al preguntarle al actor principal cómo se sentía allí le dijo estar contento por visitar la ciudad de mármol, sorprendido le preguntó por esa definición a lo cual respondió “pues aquí sólo puedes mirar el mar o ir al mol (en referencia a los centros comerciales)”
Un famoso editor cubano, buen conocedor de los Estados Unidos y en particular de Miami y otras zonas de concentración de cubanos, la había definido como la capital de la incultura, pero más grave aún es la definición aportada por muchos jóvenes quienes la consideran una sociedad de penes inactivos, puestos en uso sábados y domingos, ayudados por la famosa pastilla “de fin de semana” pues a tal punto llega el estrés.
Perseguir un sueño es un derecho, alcanzarlo sólo una posibilidad. En su búsqueda han arribado cientos de miles y cientos de miles más arribarán, por eso sigue creciendo la ciudad rodeada de zonas residenciales miméticas pero al gusto de los arribantes.
Mucho más pudiera comentarse. Los solidarios cubanos ayudan al pariente que recién arriba, pero no tardan en pedirles que salgan a ganarse la vida pues no es sociedad donde se incumpla el precepto leninista “el que no trabaja no come”.
En esa batalla por insertarse gran cantidad de familias son asimiladas por arcaicas normas de conducta social, heredadas de una Cuba que dejó de existir hace décadas y que los jóvenes sólo conocen a través de obras de teatro o cine. Son quienes almuerzan huevos pero eructan langosta pues el estatus aparente debe ser mantenido a todo costo.
Genios duplicadores de tarjetas, estafadores del medicare, vividores de pensiones pagadas por los contribuyentes norteamericanos, vendedores de cosas falsificadas, y muchas cosas más aparecen a cada rato. No es de extrañar.
Otros añoran el país que dejaron, el único del mundo donde sin trabajar se puede sobrevivir, que no vivir como quisieran pero tampoco sofocados por facturas e hipotecas destructoras del sistema digestivo más fuerte, aquel donde se visita a cualquier vecino o amigo sin importar el horario, se discute a voz en cuello en plena calle sobre política o deportes, se vive en sociedad y no aislado.

Mas otros muchos son felices, como en todas partes, y muchos más han ayudado a que medio siglo ha bastado para convertir un pantanal en una ciudad moderna que tal vez desee seguir aspirando a ser la capital de los hispanoparlantes de América por debajo del Río Bravo, pero seguramente sin lograrlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario