La
Virgen de Guadalupe en un panfleto electoral
“El
genial Chesterton afirmó que la Biblia pedía amar a tanto a los enemigos como a
los vecinos porque en general son las mismas personas”; y la reflexión cae a
cuento porque en el presente proceso electoral (mexicano), las instituciones
religiosas parecen estar obligadas a convivir con la política electoral tanto
por vecindad como por imbricadas asociaciones”.
Así
comienza su reflexión semanal –publicada en su blog, en el portal de El
Observador y en el de SIGNIS—el periodista católico mexicano Felipe Monroy, en
referencia a que en los últimos meses, las estrategias políticas de diferentes
grupos han querido involucrar a las instituciones religiosas al desbocado ritmo
de las campañas electorales.
En
algunos casos, dice Monroy, lo hacen de manera casi corporativa mediante
asambleas de fieles que entran de cuerpo entero en plataformas de ciertos
candidatos; y en otros, más sutiles, mediante estrategias de miedo o de presión
para que otros grupos de creyentes detonen a favor o en contra de los
aspirantes.
En
los días previos al segundo debate de los candidatos a la presidencia de la
República, celebrado en la ciudad de Tijuana el pasado domingo 20 de mayo, se
divulgó la noticia de un supuesto panfleto (del que sólo se conoce la
fotografía en redes sociales) donde presuntamente un partido político agrede
los sentimientos religiosos de un particular credo.
El
panfleto denigraba a la Virgen de Guadalupe y pedía a los ciudadanos que no
permitieran “la manipulación que hace la Iglesia católica a través del
fanatismo y la utilización de diversos símbolos religiosos como el cuento de la
Virgen de Guadalupe”
“Sin
ninguna prueba física o alguna otra fuente fidedigna de veracidad, el tema
creció incontrolable hasta propiciar un posicionamiento de la Iglesia
católica”, advierte el periodista, quien también forma parte del Consejo
Editorial del periódico *El Observador*.
Instrumento
electoral
En
efecto, los obispos de México afirmaron que el panfleto comenzó a circular en
redes sociales y, aunque reconocieron que desconocían incluso su origen, no
impidió que con su autoridad reprobaran “que se utilice como instrumento de
discordia” y pedir a las autoridades competentes “investiguen estos hechos, y no
permitan que circule ningún tipo de propaganda electoral que contenga imágenes
o símbolos religiosos venerados por gran parte del pueblo de México”.
Días
más tarde, otro organismo de una asociación religiosa rechazó que sus miembros
hicieran peticiones de datos personales y promesas de entregas de despensas u
otras ayudas económicas a instituciones, fundaciones o agrupaciones religiosas.
Detrás
de estas denuncias –argumenta Monroy—“sin duda se encuentra alguna estrategia
electoral que utiliza organizaciones religiosas (de alta confianza para el
mexicano promedio) para hacerse de adherentes, votos potenciales o padrones
espurios para partidos políticos (que sin quizá las instituciones de menor
confianza entre los ciudadanos)”.
Acota
el periodista mexicano que también hay grupos o iglesias que aprovechan los
espacios doctrinales para inducir el voto de sus fieles. “Se hace de manera
velada o francamente abierta, con y sin riesgo de ser señalados ante las
autoridades electorales de actos violatorios del proceso electoral. Como decía
Chesterton: enemigos y vecinos a veces son las mismas personas”.
Muchas muertes
El
tema delicado, insiste Monroy, es que la política y las asociaciones religiosas
están, más que nunca, obligadas a convivir en un momento de alta tensión
social, en medio de campañas de odio, mentira, tergiversación, señalamientos y
marrullerías, tal y como están resultando las actuales campañas mexicanas,
sobre todo a la presidencia de la República (el proceso electoral mexicano es
el domingo 1 de julio).
“El
peligro es que grupos religiosos enteros pueden estar vulnerables a los efectos
de la mentira y, no es novedad que, a pesar de los permanentes llamados a la
mesura por parte de los líderes religiosos o políticos, siempre hay individuos
o células radicales que contravengan el principio ético de no hacer en el otro
lo que no se quiera experimentar en la carne propia”, subraya Monroy en su
artículo.
Un
dato importante para contrarrestar la divulgación de mentiras políticas en el
proceso electoral más grande y complejo de la historia de México es que ha
habido, desde septiembre de 2017, cuando se abrió el proceso en todo el país,
han sido asesinadas 91 personas (hombres y mujeres) que estarían aspirando a un
cargo de elección popular.
¿Por
qué? Porque las mentiras políticas, piensa Monroy, provocan “las más virulentas
reacciones y, al final, no importa que se revele la verdad: para quien tiene un
prejuicio inoculado al tuétano creerá la mentira hasta la ignominia”.
Los
panfletos antirreligiosos o los intentos de captación de voto corporativo
religioso pueden venir de cualquier lado y, aunque ese es un tema legal por
atender, finaliza diciendo Monroy, “lo que importa es contemplar y explicar
cómo estos fenómenos logran revelar el verdadero rostro de quienes ya están
fanatizados en sus criterios ideológicos, políticos o religiosos”.
Y
agrega: “El arte de la mentira política lleva 400 años perfeccionándose (en
México); y resulta vergonzoso cómo la sociedad sigue conservando la misma dosis
de credulidad”. (aleteia.org)
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