lunes, 6 de abril de 2015

Sexoservidoras: entre la
necesidad y la explotación



Alejandra Villanueva

Le llaman el oficio más antiguo del mundo. Muchas mujeres lo ejercen en Cancún, la mayoría por la necesidad de sobrevivir día a día, de alimentar a sus familias, a sus hijos, a sus padres. Cada una tiene una historia distinta de vida, pero similar en los motivos que las orillaron a ejercer el sexoservicio: La necesidad de obtener algo de dinero, aunque muchas veces orilladas bajo el engaño, la explotación o la amenaza.
Caminar entre las calles estrechas de las supermanzanas 63, 66 y 67 es encontrarse con un panorama de pobreza, de necesidad, de cuarterías sucias donde habitan lo mismo trabajadores de la construcción, obreros de todo tipo, y sexoservidoras de todas edades e incluso de otras nacionalidades, sobre todo centroamericanas llegadas a Cancún bajo la fantasía de la promesa de la prosperidad y de una mejor calidad de vida.

En la Supermanzana 63 las “casas de cita” son discretas. Las mujeres se encuentran dentro de los límites de las viviendas. Aquí el temor se refleja en los rostros de las sexoservidoras. Temen salir de las casas, y también hablar. Viven bajo la amenaza de ser detenidas por la policía si son sorprendidas en la vía pública. De hecho es común que los hombres que se acercan a preguntar por los servicios sean detenidos y despojados de su dinero.
Sexoservicio en la Supermanzana 66.
En las Supermanzanas 66 y 67 el panorama es distinto. Aquí las mujeres están en la vía pública, a la entrada de las “casas de cita”. En su mayoría son más jóvenes y visten más provocativas. Tal parece que para esta actividad el rasero de impunidad tiene dos rostros distintos.
Vestidos estrechos, ajustados, faldas cortas, blusas ligeras, maquillaje abundante, tacones altos. En la entrada a las “casas de cita, esperan. Esperan siempre, a todas horas. Desde mediodía ven pasar las horas hasta el atardecer y la noche, que es cuando rondan más clientes potenciales. Algunas se mantienen sentadas. Platican entre ellas y de vez en cuando se escuchan risas, a veces sonoras, otras discretas, pero esa alegría es, en muchas de ellas,  sólo un maquillaje exterior. A poca distancia algunos hoteles de paso brindan sus servicios.

El factor familia

Maritza tenía apenas 17 años cuando salió de su natal Chiapas en busca de una mejor vida ante la falta de oportunidades, la opresión y discriminación por ser mujer e indígena.
En su lugar de origen se acostumbra que a cierta edad los padres puedan vender a sus hijas a “buen precio”. Por ello decidió aventurarse a venir a este polo turístico, para tratar de encontrar algo que no tenía en su casa. Pero a pesar de buscar trabajo en la hotelería, en residencias y de lo que pudo, dada su escasa preparación tuvo que vivir de limosnas y en la calle. En esas condiciones su vulnerabilidad era tal que fue víctima de violación.
Con un pequeño que alimentar y sacar adelante, Maritza comenzó a buscar trabajo de mesera y de ahí le llegó una propuesta de ofrecer bailes privados. La necesidad de obtener dinero para los gastos de su casa y para mantener dignamente a su pequeño hijo la orillaron a aceptar.
Después del tiempo transcurrido Maritza afirma que no le queda de otra, pues con estudios mínimos, sin saber hablar inglés, no puede tener un trabajo digno, pero lo que más le importa es sacar adelante a su niño.
Un caso distinto es el de Romy, quien ejerce el sexoservicio en la vía pública. Es una mujer madura pero pese a su edad luce físicamente atractiva para sus clientes. Su historia de vida es otra. Abogada de profesión, también llegó a Cancún buscando mejores horizontes, pero se encontró con que para los empleadores no importa el nivel educativo, sino la edad y las referencias. Solicitaban que fuera más joven, entre 25 y 35 años, tener más de 3 años residiendo en el municipio de Benito Juárez, referencias personales y laborales, requisitos que no cumplía.
“Lo que yo necesitaba era estabilidad económica, mis hijos no se hacen cargo de mí pero yo sí me hago cargo de mis padres. Ellos ya son grandes y necesitan muchas atenciones, los tengo que llevar al médico continuamente para su revisión y los medicamentos para diabéticos no son baratos, así que tenía que trabajar de lo que fuese. Conocía a alguien en este oficio y me enfilé a trabajar en esto para obtener dinero”, comentó.

El precio de “salir del closet”

Gary es un chico de tan sólo 23 años de edad, originario de Venezuela, quien después de confesarles a sus padres sus preferencias sexuales, por el rechazo de éstos viajó a este polo turístico con su pareja sentimental, pero después de algún tiempo fue abandonado. Sin trabajo decidió convertirse en “Deborah” y entrar a los antros para comenzar a cautivar a los hombres que tienen gusto por los travestis.
Gary comentó que “es difícil salir del closet, como se dice, para poder ser libre sin los documentos pertinentes para trabajar, así que comencé a trabajar en antros buscando clientes y después me contactó una persona. Ahora trabajo aquí en cuarterías, no tengo las prestaciones que se tienen en un trabajo normal, pero tengo trabajo y sin problemas”.
Sexoservicio en la vía pública en Cancún.
Pero entre estas historias se encuentra el otro lado de la moneda, en el que las sexoservidoras tienen el riesgo de entrar al crimen organizado como distribuidoras. “Este trabajo es como ser mesera, taxista, bar tender, o algún otro, si quieren entrar al crimen organizado son libres de hacerlo, pero también está el otro lado, que es sólo un trabajo y los que laboramos como tal lo hacemos por necesidad”.
Martiza, Romy y Deborah son discriminados por dedicarse al sexoservicio, pues mucha gente los ve con desconfianza y prejuicios. En algunos centros de salud son atendidos a lo último y hasta sus propios vecinos no les dirigen la palabra.
Para ejercer este oficio no es necesario un permiso, al menos oficial, de ninguna autoridad, excepto que cada 15 días deben cumplir rigurosamente con la renovación de su tarjeta de salud, porque ese sí es un requisito indispensable, al menos para quienes trabajan en “casas de cita”.
Pero un problema recurrente que enfrentan es que los elementos de Seguridad Pública abusan de ellas, pues les piden cuotas para dejarlas trabajar sin problemas en la calle, y a quienes se resisten les exigen el pago a través de servicios sexuales. De esta forma se encuentran entre la necesidad de trabajar para ganar dinero y el abuso de autoridades policiacas.
“No todos los policías nos cobran –aclaran- pero sí hay algunos que no sólo a nosotras nos tratan mal, también a otras compañeras. A veces como que es mala fe que siempre nos molestan hasta que les paguemos”.

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