Sexoservidoras:
entre la
necesidad y la explotación
Alejandra Villanueva
Le
llaman el oficio más antiguo del mundo. Muchas mujeres lo ejercen en Cancún, la
mayoría por la necesidad de sobrevivir día a día, de alimentar a sus familias,
a sus hijos, a sus padres. Cada una tiene una historia distinta de vida, pero
similar en los motivos que las orillaron a ejercer el sexoservicio:
La necesidad de obtener algo de dinero, aunque muchas veces orilladas bajo el
engaño, la explotación o la amenaza.
Caminar
entre las calles estrechas de las supermanzanas
63, 66 y 67 es encontrarse con un panorama de pobreza, de necesidad, de
cuarterías sucias donde habitan lo mismo trabajadores de la construcción,
obreros de todo tipo, y sexoservidoras de todas edades e incluso de otras
nacionalidades, sobre todo centroamericanas llegadas a Cancún bajo la fantasía
de la promesa de la prosperidad y de una mejor calidad de vida.
En
la Supermanzana 63 las “casas de cita”
son discretas. Las mujeres se encuentran dentro de los límites de las
viviendas. Aquí el temor se refleja en los rostros de las sexoservidoras. Temen
salir de las casas, y también hablar. Viven bajo la amenaza de ser detenidas
por la policía si son sorprendidas en la vía pública. De hecho es común que los
hombres que se acercan a preguntar por los servicios sean detenidos y
despojados de su dinero.
Sexoservicio en la Supermanzana 66. |
En
las Supermanzanas 66 y 67 el panorama es distinto. Aquí las mujeres están en la
vía pública, a la entrada de las “casas de cita”. En su mayoría son más jóvenes y visten más provocativas. Tal parece que
para esta actividad el rasero de impunidad tiene dos rostros distintos.
Vestidos
estrechos, ajustados, faldas cortas, blusas ligeras, maquillaje abundante,
tacones altos. En la entrada a las “casas de cita, esperan. Esperan siempre, a
todas horas. Desde mediodía ven pasar las horas hasta el atardecer y la noche,
que es cuando rondan más clientes potenciales. Algunas se mantienen sentadas.
Platican entre ellas y de vez en cuando se escuchan risas, a veces sonoras, otras
discretas, pero esa alegría es, en muchas de ellas, sólo un maquillaje exterior. A poca distancia
algunos hoteles de paso brindan sus servicios.
El
factor familia
Maritza tenía apenas 17
años cuando salió de su natal Chiapas en busca de una mejor vida ante la falta
de oportunidades, la opresión y discriminación por ser mujer e indígena.
En
su lugar de origen se acostumbra que a cierta edad los padres puedan vender a
sus hijas a “buen precio”. Por ello decidió aventurarse a venir a este polo
turístico, para tratar de encontrar algo que no tenía en su casa. Pero a pesar
de buscar trabajo en la hotelería, en residencias y de lo que pudo, dada su
escasa preparación tuvo que vivir de limosnas y en la calle. En esas
condiciones su vulnerabilidad era tal que fue víctima de violación.
Con
un pequeño que alimentar y sacar adelante, Maritza comenzó a buscar trabajo de
mesera y de ahí le llegó una propuesta de ofrecer bailes privados. La necesidad
de obtener dinero para los gastos de su casa y para mantener dignamente a su
pequeño hijo la orillaron a aceptar.
Después
del tiempo transcurrido Maritza afirma que no le queda de otra, pues con
estudios mínimos, sin saber hablar inglés, no puede tener un trabajo digno, pero
lo que más le importa es sacar adelante a su niño.
Un
caso distinto es el de Romy, quien
ejerce el sexoservicio en la vía pública. Es una mujer madura pero pese a su
edad luce físicamente atractiva para sus clientes. Su historia de vida es otra.
Abogada de profesión, también llegó a Cancún buscando mejores horizontes, pero
se encontró con que para los empleadores no importa el nivel educativo, sino la
edad y las referencias. Solicitaban que fuera más joven, entre 25 y 35 años,
tener más de 3 años residiendo en el municipio de Benito Juárez, referencias
personales y laborales, requisitos que no cumplía.
“Lo
que yo necesitaba era estabilidad económica, mis hijos no se hacen cargo de mí
pero yo sí me hago cargo de mis padres. Ellos ya son grandes y necesitan muchas
atenciones, los tengo que llevar al médico continuamente para su revisión y los
medicamentos para diabéticos no son baratos, así que tenía que trabajar de lo
que fuese. Conocía a alguien en este oficio y me enfilé a trabajar en esto para
obtener dinero”, comentó.
El
precio de “salir del closet”
Gary es un chico de
tan sólo 23 años de edad, originario de Venezuela, quien después de confesarles
a sus padres sus preferencias sexuales, por el rechazo de éstos viajó a este
polo turístico con su pareja sentimental, pero después de algún tiempo fue
abandonado. Sin trabajo decidió convertirse en “Deborah” y entrar a los antros
para comenzar a cautivar a los hombres que tienen gusto por los travestis.
Gary
comentó que “es difícil salir del closet, como se dice, para poder ser libre
sin los documentos pertinentes para trabajar, así que comencé a trabajar en
antros buscando clientes y después me contactó una persona. Ahora trabajo aquí
en cuarterías, no tengo las prestaciones que se tienen en un trabajo normal,
pero tengo trabajo y sin problemas”.
Sexoservicio en la vía pública en Cancún. |
Martiza,
Romy y Deborah son discriminados por dedicarse al sexoservicio, pues mucha gente
los ve con desconfianza y prejuicios. En algunos centros de salud son atendidos
a lo último y hasta sus propios vecinos no les dirigen la palabra.
Para
ejercer este oficio no es necesario un permiso, al menos oficial, de ninguna
autoridad, excepto que cada 15 días deben cumplir rigurosamente con la
renovación de su tarjeta de salud, porque ese sí es un requisito indispensable,
al menos para quienes trabajan en “casas de cita”.
Pero
un problema recurrente que enfrentan es que los elementos de
Seguridad Pública abusan de ellas, pues les piden cuotas para dejarlas
trabajar sin problemas en la calle, y a quienes se resisten les exigen el pago
a través de servicios sexuales. De esta forma se encuentran entre la necesidad
de trabajar para ganar dinero y el abuso de autoridades policiacas.
“No
todos los policías nos cobran –aclaran- pero sí hay algunos que no sólo a
nosotras nos tratan mal, también a otras compañeras. A veces como que es mala
fe que siempre nos molestan hasta que les paguemos”.
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