martes, 26 de septiembre de 2017

Septiembre Negro

N. Mario Rizzo M.

LA HABANA.— Sin duda alguna este septiembre ha sido negro para muchos habitantes de nuestra América. Trenes de huracanes azotando el Caribe, el Pacífico mexicano, e incluso Norteamérica; terremotos de gran intensidad en el Centro y el Sur de nuestro continente; por todas partes una estela de muerte y destrucción.
Numerosos sismos, casi simultáneos, se producían en Japón, Nueva Zelanda, Corea, y otros lugares. Según un informe que circula en las redes, supuestamente elaborado por especialistas de la UNAM, el Gran Terremoto está próximo puesto que tanto la falla americana como la asiática están en máximo ajuste o movimiento.

No siendo suficientes los estragos y miedos que causan la naturaleza,  los EEUU y Corea del Norte se enrolan en una batalla verbal y de sanciones llena de amenazas para la paz mundial y la supervivencia de la especie humana: el uso de misiles portadores de bombas nucleares.
Es en este escenario que los jefes de estado y de gobierno del mundo se reúnen en New York para debatir los problemas que aquejan a la humanidad, sugerir posibles soluciones, anunciar políticas a seguir, y sentir como de refilón los vientos y las lluvias del huracán José, que sin haber sido invitado, llegó hasta las proximidades de la Gran Manzana, demostrando que sí hay cambios, pero no de los que anuncian los políticos sino de los que impone la Madre Tierra.
Mandatarios clamando por ayuda para países isleños amenazados con desaparecer, figuras internacionales de renombre haciendo el mayor esfuerzo por imponer sus opiniones y criterios, líderes que saben sólo una cosa, en la Setenta y Dos Asamblea General de la ONU se hablará mucho, se acordará poco, y lo que se acuerde será letra muerta cuando el Consejo de Seguridad desestime cualquier intento de oponerse a lo decidido, antes o después, por los cinco Miembros Permanentes.
Cuando alguno de los dignatarios hacía uso de la palabra ante el organismo internacional, en México miles y miles  de personas humildes, la mayoría de ellos, escarbaban con sus manos los escombros para tratar de rescatar a las personas atrapadas; otros preparaban alimentos y acarreaban agua potable para suministrar a los voluntarios; menospreciaban el peligro para demostrar que aún existe altruismo y generosidad entre los humanos. Aviones y barcos hacían travesías de urgencia para llevar ayuda a los damnificados en uno u otro lugar, y sus banderas no eran precisamente de las naciones más ricas.
Pero hubo una intervención ante el plenario de la ONU que se centró en detallar la magnitud de los principales problemas que ensombrecen el panorama mundial. No fue un Jefe de Estado, fue el Canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla, con quien se podrá o no estar de acuerdo pero que puso el dedo sobre la llaga al expresar, entre otras cosas, asuntos como:
Armamento norcoreano.
Ocho hombres (8) poseen en conjunto la misma riqueza que los 3 600 000 (tres mil seiscientos millones) de habitantes menos favorecidos.
Diez (10) corporaciones empresariales internacionales facturan mayor cantidad de dinero que los ingresos públicos de ciento ochenta (180) países.
Dijo también: “Son extremadamente pobres 700 millones de personas; 21 millones son víctimas de trabajo forzoso; 5 millones de niños murieron en 2015 antes de cumplir 5 años, por enfermedades prevenibles o curables; 758 millones de adultos son analfabetos.”
Ochocientos quince millones de personas padecen hambre crónica y unos dos mil millones están subalimentados. Especial preocupación existe por los más de 22 y medio  millones de refugiados.
Pero mientras todo esto ocurre los gastos militares globales ascienden a 1,7 millones de millones de dólares estadounidenses.

Bruno Rodríguez, canciller de Cuba.
Nada de lo dicho por el canciller cubano era una nueva noticia, tampoco lo será el hecho de que en pocos días los documentos de la 72 Asamblea de la ONU serán archivados y olvidados por la burocracia internacional. Vendrán nuevos huracanes y sismos, el clima seguirá cambiando para mal, y seguramente ninguno de los 8 poseedores de igual riqueza a la de 3 600 millones de habitantes, o alguna de las juntas de las 10 corporaciones que facturan tanto como 180 países, ni los países que gastan en armamentos tan gran cantidad de dinero, harán algo por revertir una situación que puede convertir a nuestro planeta en la víctima, si no del Gran Terremoto, en la de la gran explosión social.

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