Hospital
General de Cancún, deplorable
y deprimente recinto de salud
Konaté
Hernández
Con
lujo de prepotencia y sin tacto humano alguno tratan a los pacientes que tienen
la desgracia de ser hospitalizados en el Hospital
General de Cancún, que acaba de cumplir 35 años y donde es evidente que la
atención la brinda personal con escasa preparación.
Es
deprimente ver el caos que prevalece en este nosocomio, donde las personas
tienen que esperar afuera a ser llamadas para visitar a familiares
hospitalizados o para ingresar por el tiempo que les permite el pase
permanente, debido a que los pacientes tienen que estar acompañados por algún
miembro de la familia para que le asista en sus menesteres.
Aunado
a la mala atención del personal las condiciones del nosocomio son deplorables,
sumado a que en temporada de lluvias hay goteras por todos lados, por lo que
quienes tienen que acudir a cuidar a sus enfermos tienen que procurar mover las
camillas de sus familiares para que no les caiga o les entre agua, además de las
inundaciones
de la calle donde se ubica Urgencias, lo que hace difícil el acceso a esta
área; mientras que cuando hay calor ni siquiera un ventilador tienen los
pacientes, por lo que deben padecer del terrible calor dentro del inmueble.
A
todas estas carencias, que incluye la falta de personal médico calificado, los
pacientes son atendidos por jóvenes pasantes de las diferentes escuelas de
educación media superior, requisito que deben cubrir éstos para recibir los
documentos que los acredite como paramédicos, hecho que no es malo porque es
requerida la práctica para obtener experiencia, lo malo es que el personal
calificado brilla por su ausencia.
Por
tal motivo entre la desesperación, la inmovilidad y la impaciencia en el diario
acontecer, donde apenas si hay un lugar para sentarse, la gente que tiene que cuidar
a sus enfermos se la pasa al borde de una de tantas camillas a lo largo de un
pasillo de 20 metros de largo por 2.5 de ancho, donde apenas cabe una camilla y
el carrito dando servicio a cada persona que encuentra a su paso.
De
seis de la tarde a la medianoche el tiempo transcurre en la agonía del crepúsculo
que cae muy lentamente; en el tedio se ve el pasar de las horas, las manecillas
del reloj parecen no moverse, una antigüedad que se ha cambiado por los
modernos aparatos digitales para distracción de unos e incomodidad de otros.
Paramédicos
aquí, allá y acullá en agitada carrera parecen no darse abasto olvidando
brindar un toque de ternura, gesto amable, una sonrisa.
Parece
que nada cambia pero todo sigue igual: se vislumbran los mismos rostros de
angustia, pesar y dolor, aún cuando las personas son diferentes, en el diario
ajetreo el personal médico es el mismo, la impaciencia de los visitantes y
desesperación de los pacientes.
Parece
que nada cambia pero todo sigue igual, hasta la llaga ardiente del interminable
hastío.
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