miércoles, 2 de diciembre de 2015

Hospital General de Cancún, deplorable
y deprimente recinto de salud

Konaté Hernández

Con lujo de prepotencia y sin tacto humano alguno tratan a los pacientes que tienen la desgracia de ser hospitalizados en el Hospital General de Cancún, que acaba de cumplir 35 años y donde es evidente que la atención la brinda personal con escasa preparación.
Es deprimente ver el caos que prevalece en este nosocomio, donde las personas tienen que esperar afuera a ser llamadas para visitar a familiares hospitalizados o para ingresar por el tiempo que les permite el pase permanente, debido a que los pacientes tienen que estar acompañados por algún miembro de la familia para que le asista en sus menesteres.

Aunado a la mala atención del personal las condiciones del nosocomio son deplorables, sumado a que en temporada de lluvias hay goteras por todos lados, por lo que quienes tienen que acudir a cuidar a sus enfermos tienen que procurar mover las camillas de sus familiares para que no les caiga o les entre agua, además de las inundaciones de la calle donde se ubica Urgencias, lo que hace difícil el acceso a esta área; mientras que cuando hay calor ni siquiera un ventilador tienen los pacientes, por lo que deben padecer del terrible calor dentro del inmueble.
A todas estas carencias, que incluye la falta de personal médico calificado, los pacientes son atendidos por jóvenes pasantes de las diferentes escuelas de educación media superior, requisito que deben cubrir éstos para recibir los documentos que los acredite como paramédicos, hecho que no es malo porque es requerida la práctica para obtener experiencia, lo malo es que el personal calificado brilla por su ausencia.
Por tal motivo entre la desesperación, la inmovilidad y la impaciencia en el diario acontecer, donde apenas si hay un lugar para sentarse, la gente que tiene que cuidar a sus enfermos se la pasa al borde de una de tantas camillas a lo largo de un pasillo de 20 metros de largo por 2.5 de ancho, donde apenas cabe una camilla y el carrito dando servicio a cada persona que encuentra a su paso.
De seis de la tarde a la medianoche el tiempo transcurre en la agonía del crepúsculo que cae muy lentamente; en el tedio se ve el pasar de las horas, las manecillas del reloj parecen no moverse, una antigüedad que se ha cambiado por los modernos aparatos digitales para distracción de unos e incomodidad de otros.
Paramédicos aquí, allá y acullá en agitada carrera parecen no darse abasto olvidando brindar un toque de ternura, gesto amable, una sonrisa.
Parece que nada cambia pero todo sigue igual: se vislumbran los mismos rostros de angustia, pesar y dolor, aún cuando las personas son diferentes, en el diario ajetreo el personal médico es el mismo, la impaciencia de los visitantes y desesperación de los pacientes.
Parece que nada cambia pero todo sigue igual, hasta la llaga ardiente del interminable hastío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario