¿Año
Nuevo? ¿Navidad?
El Borrego Peludo
Los
“occidentales” pensamos que el mundo entero gira alrededor de nuestras
creencias y costumbres, al punto de esforzarnos obstinadamente por
generalizarlas hasta convertirlas en universales.
Si
bien cada cultura ha tenido maneras específicas de celebrar todo lo celebrable,
es un hecho que cada vez más quienes dominan el mundo de la cultura masificada
imponen usos y costumbres ajenas a los receptores.
Así
el Día de Acción de
Gracias,
con su pavo incluido, se viene introduciendo de norte a sur por el continente
americano. Los nuevos celebrantes ignoran la historia del banquete ofrecido a
los indios por los colonizadores, poco antes de dedicarse a eliminarlos siempre
que pudiesen hacerlo.
Otro
tanto ocurre con el Día de Brujas, invasor de las
costumbres latinas como los Fieles Difuntos, que a golpe de mercado impone el
uso de disfraces y la venta de dulces. Ni hablar de que ya los latinos tienen
que comprar y regalar doble a fin de año, pues el 25 de diciembre se aparece Santa Claus y el 6 de enero
Los Tres Reyes
Magos.
Lo
interesante de todo esto es la diversidad real existente. Para más de la mitad
de la población mundial el Año Nuevo no ocurre en la misma fecha que para los
“occidentales” y para mucho más de un 50% de la población mundial la Navidad
cristiana simplemente no existe.
Pero
la interconexión universal, la fuerza del mercado, la dominación cultural
embozada o descubierta, nos hacen bailar al ritmo de una danza que quizás no es
la nuestra, pero se impone. De hecho convertimos la Navidad
en etapa de buenas acciones y el arribo del nuevo año en momento de propósitos
y promesas.
Es
así que se hacen resúmenes noticiosos anuales pero también pronósticos para el
siguiente año, proyecciones de sucesos en desarrollo, todo tipo de avances como
si el cambio de fecha nos convirtiera en
adivinadores.
Cierto
que es una época alegre y colorida que supuestamente debe llevarnos a realizar
las mejores acciones. Así ocurre a veces, pero no en todos los casos.
Para
los colombianos un alto al fuego unilateral y permanente por parte de la
guerrilla es recibido como una bendición. Otro tanto pudiera decirse de la
normalización de relaciones
Cuba-USA.
Más, por desgracia, las buenas noticias no son las que
abundan.
En
Haití, país devastado por huracanes, terremotos, epidemias, y cuanta desgracia
existe, el ambiente político se enrarece y las calles se llenan nuevamente de
airados manifestantes. Para México las cosas no van mejor, el clima social
sigue convulso cuando el Estado resulta incapaz de controlar ya no sólo al
crimen organizado sino hasta los propios políticos.
Europa
del Este se debate en una tormenta que incluye a Rusia y Ucrania. El medio
Oriente deja de ser una llama permanentemente encendida para convertirse en
incendio que traspasa fronteras hasta el África.
La
crisis económica no ceja. Hasta monarcas empeñados en dar un nuevo aspecto a
sus coronas reconocen la fragilidad de una Europa donde el estado de bienestar
se hace precario gracias a políticas económicas fallidas y la corrupción de la
clase política.
Asia
goza de calma, a la espera de ver resueltos problemas fronterizos y de
competencia mercantil.
El
nuevo año no será diferente.
Las
buenas acciones de fin de año, las promesas hechas como complemento de una
acción publicitaria, los compromisos reiterados de viejos asuntos por resolver,
no se harán realidad hasta tanto la codicia, el afán de lucro, las ansias de
dominación, y el resto de los pecados no confesados sigan marcando rumbos.
Entonces
cabe preguntarse si realmente celebramos porque la vida nos sonríe o lo hacemos
como el borracho que ahoga sus penas en el alcohol.
La
respuesta podrá ser dura, o con ambigüedad trataremos de despojarla de sus
aristas más dolorosas; sea cual sea no caigamos en la trampa de dejarnos llevar
por lo que no podemos enmendar. Hagamos el propósito de ayudar en todo lo que
podamos a deshacer entuertos, al fin y al cabo sabemos algo importante: las
buenas obras no vienen solas, sólo pueden salir de nuestras propias manos.
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