lunes, 30 de junio de 2014

Cuba, el más grande museo
sobre ruedas del mundo

Cadillac del 56 que aún luce opulento.
N. Mario Rizzo Martínez

LA HABANA
En cualquier país del mundo usted puede encontrar clubes de propietarios de automóviles de época o clásicos que se esfuerzan por mantener funcionando y de buen ver vehículos de fabricación añeja. Son fanáticos del mantenimiento y elaboran rigurosas reglas para evitar todo tipo de fraudes: no haber cambiado más de un muy bajo por ciento de piezas o partes por similares de otras marcas, mantener la línea externa, conservar los interiores tal cual fueron diseñados, etc.
En Miami, como en otras ciudades norteamericanas, es moda tener un clásico guardado en la cochera y utilizarlo quizás los domingos para ir al servicio religioso o para otras muy contadas salidas familiares. Son caros, es un lujo tenerlos y mantenerlos.


En La Habana hay un club de autos antiguos. Suelen reunirse en el parqueo de un lujoso hotel capitalino o hacer excursiones en grupo a lo largo de la isla; son tan rigurosos en el cumplimiento de las normas aceptadas por los miembros que sus “joyas” son revisadas frecuentemente, tienen un número de control pintado en una de las puertas y han de hacer maravillas sus propietarios para mantenerlos flamantes y funcionales. Hay que tener presente que la mayoría son procedentes de Estados Unidos y entre ambos países el intercambio comercial es muy exiguo por estar sujeto al llamado embargo aprobado hace más de 50 años por los legisladores norteamericanos.
Viejo vehículo de los 40 del siglo pasado.
Lo realmente asombroso es ver por calles de ciudades y carreteras cubanas cientos de miles de viejos autos con más de 55 años de explotación  que en su mayoría hacen funciones de taxis colectivos o ruteros. A bordo de estos se mueven cantidades enormes de pasajeros que gracias a los mismos pueden llegar a tiempo al trabajo, visitar un familiar, o simplemente salir de paseo.
En la capital se acumulan por centenas en determinados puntos para una vez llenos de pasajeros atravesar la ciudad siguiendo determinadas rutas. Los ocupantes pueden ir desde un extremo a otro del recorrido o descender del auto o abordarlo en cualquier punto intermedio, si se hace un uso parcial entonces el peaje es menor. Como hay calles por donde transitan vehículos que hacen diferentes recorridos hay todo un sistema de señas para que usuario y conductor puedan entenderse sin necesidad de detener la marcha.
Dentro de la ciudad el recorrido más extenso puede costar 20 pesos, unos 80 centavos de dólar, que aunque parece barato es mucho más caro que los pasajes con buses articulados en los que se paga 40 centavos de peso, unos 2 centavos de dólar, e incluso que servicios “especiales” como pequeños buses con recorridos similares que cobran 5 pesos.
Almendrones en La Habana.
La población ha bautizado estos viejos autos como “almendrones” quizás por la línea ovalada de muchos de los viejos modelos en circulación. Poseer un “almendrón” no es fácil, se venden a precios por los cuales en cualquier otro país usted pudiera adquirir un Chevy del año, o un Atos, o cualquier otro auto de los económicos. Luego viene la tarea de sustituir el motor por otro preferiblemente consumidor de diesel, no de gasolina, corregir defectos externos como anteriores impactos o huecos por oxidación, pintar, vestir, o sea ponerlo en condiciones de pasar exitosamente las revisiones técnicas estatales y ser del agrado de los posibles clientes.
El dueño, luego de obtener los permisos correspondientes, se transforma en trabajador por cuenta propia, desde entonces es su propio jefe y llevará a punta de lápiz gastos e ingresos de forma tal que la ganancia justifique las muchas horas de estrés tras el volante, las ingratitudes de algunos pasajeros y hasta el riguroso control de inspectores o agentes del tránsito.
Como tener acondicionador de aire es un lujo impermisible conductor y pasajeros se refrescarán con el aire hirviente que entra por las ventanillas, sufrirán los gases de escape de los restantes vehículos, llegarán sudados a su destino; esa parece ser la cuota de sacrificio de quienes por vivir en el trópico no han de soportar crudos inviernos.
Quizás por ello en República Dominicana y también en algunas ciudades del oriente cubano se ha impuesto la motocicleta como taxi unipersonal preferido. Por cierto que las dominicanas usualmente muy arregladas y bien vestidas suelen lucir muy elegantes sentadas a la inglesa en la parte trasera del monoasiento del ciclo y sosteniendo ligeramente el casco para no estropear su peinado.
Mientras en Cuba, los turistas no cesan de fotografiar cuanto viejo auto pasa por su lado, compran cuadros a pintores reproductores de obras propias o ajenas donde estos aparecen,  hasta a veces se arriesgan a dar un viajecito en uno de ellos ahorrándose de paso las no muy bajas tarifas de los taxis principalmente destinados a los visitantes extranjeros.

En conclusión, son tantos, tan variados, tan bellos u horrorosos los cientos de miles de “almendrones” que en su conjunto forman el más grande museo rodante del mundo digno de ser apreciado por cualquier persona capaz de sorprenderse ante lo real maravilloso.
Comentarios: maikellescaille@infomed.sld.cu

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